“Y si llamáis Padre, al que sin acepción de personas, juzga a cada cual
según sus obras, vivid con temor, todo el tiempo de vuestra peregrinación,
considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir, según la
tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles, sino con la
Sangre Preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha, ya conocido,
antes de la creación del mundo, y manifestado al fin de los tiempos, por amor
vuestro; los que por Él creéis en Dios, que le resucitó de entre los muertos, y
le dio la gloria, de manera que en Dios tengamos, nuestra fe y nuestra
esperanza”.
(I Pe 1, 17-21).
“Pues para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo padeció por
vosotros, y os dejó ejemplo, para que sigáis sus pasos. Él, que no cometió
pecado, ni en cuya boca se halló engaño, ultrajado, no replicaba con injurias,
y atormentado, no amenazaba, sino que lo remitía al que juzga con justicia.
Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que, muertos al
pecado, viviéramos para la justicia, y por sus heridas habéis sido curados”.
(I Pe 2, 21-24).
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